miércoles, 2 de enero de 2008

NO HAGAIS CASO A ESTE MENSAJE 5,6,7

5


En el ascensor Noelia miraba las teclas de los pisos con preocupación, ya que no terminaba de gustarle la idea de seguir adelante con aquello. Bajaron , y entraron en el piso de Abel, que caminando por delante de ella fue guiandola hasta el salón donde se encontraba el sofá negro.
-¡ Míralo!. ¿ No me digas que no es bonito?, preguntó Abel que se había sentado en él.
Noelia miraba el sofá con algo de pavor. El sofá se mostraba como algo extraño. Sus sensaciones le recordaron a una vez que pudo ver a un muerto hace años. Se encontraba de viaje , y tuvo que parar porque en un lado del arcén se encontraba un coche siniestrado; donde minutos después vio a un joven tendido sobre el volante sin vida. En aquel instante pensó en lo novedoso de aquello, en el sentido de que no estaba sentada delante de un televisor, en cuya pantalla se sucedían ante la indiferencia del espectador auténticas matanzas; porque estar de pie delante de un muerto era algo totalmente diferente. Y así volvió a sentirse frente al sofá.
-¡ Esto no me gusta cariño!. Tienes que deshacerte de esto cuanto antes.
- ¿ Deshacerme de mi sofá,?, ¡jamás!. ¡ Ven aquí!, ¡siéntate!.
Ella obedeció, se sentó en el sofá, y comenzó a acariciarlo de forma robótica.
- ¿ A que es suave?.
Noelia continuaba tocándolo, y poco apoco se fue familiarizando con su textura, hasta que llegó a tocarlo fuertemente con ambas manos.
- ¡ Sí , si sí que es bonito!, pero esto solo nos puede traer problemas.
- ¡Olvídate de eso!. Abel la cogió de las manos, y las besó. Luego comenzó a acariciar su rostro, y se besaron. Poco a poco fueron cumpliendo el habitual ceremonial que precede al amor en su plenitud física, y ambos empezaron a ser embargados por un suave placer, que aunque obtuvo mayores resistencias al comienzo en Noelia, se fue apoderando simbióticamente de los dos. Un sereno calor les iba recorriendo el cuerpo, que motivó que se fueran desprendiendo lentamente de sus prendas, que iban mostrándose como obstáculos entre su piel y el negro manto del sofá. Desnudos, Abel fue empujándola hacia atrás, y el contacto de su espalda con el sofá se asemejaba a la sensual sensación del agua caliente cuando se toma un baño, al tacto de la arena una tranquila tarde de verano; cuando en la placidez del ocio nos entregamos al sol lejos de alguna preocupación; y la cómplice amistad de un jersey de algodón. Y de esta forma se fueron entregando el uno al otro, en el simpar entorno de aquel sofá negro, símbolo del deseo; ajenos a que en dirección hacía allí venían una cuadrilla de policías dispuestos a hacer cumplir la ley, comandados por Federico Piñas. Al llegar fueron hacía el lugar indicado las tres parejas que debían permanecer fuera del edificio. Los otros seis subieron con el sargento hasta el piso indicado. Uno de ellos sacó un hacha, y dio tres sonoros hachazos en la cerradura que se venció ligeramente, y no opuso resistencia alguna a una solemne patada de uno de los policías.
- ¡ A por ese cabrón muchachos!.
El tremendo ruido de los hachazos sobresaltaron a la pareja que apenas pudo reaccionar porque en poco más de un par de minutos estaban en el salón. Alcanzaron solo a taparse un poco con la ropa.
-¡ Esposadlos!.
-Pero…, deje al menos que nos vistamos, dijo Abel.
- A guantazos te voy a vestir yo a ti. ¡Andando!.
Los sacaron de allí desnudos, y en la calle periodista, avisado por un policía que se encontraba escondido entre los coches pudo fotografiar el momento en que los introdujeron en el coche. Los condujeron hasta comisaría, donde después de un interrogatorio fueron trasladados a la cárcel.
Al día siguiente, en un kiosko cercano a la Universidad, Matías Márquez, un estudiante de Derecho bastante aficionado a encabezar todo tipo de manifestaciones en defensa de alguna causa compró el periódico, en el cual la detención de Abel y Noelia ocupaba el titular . La noticia se había extendido rápidamente por todos los sitios, y fue obviamente el tema de conversación en el café que posteriormente tomó Matías con un compañero en el bar de la Facultad.
- ¡ Menudo paquete le va a caer a este tío!. Le comentó a Matías.
- ¡ Joder!, le va a caer una buena. Pero la verdad es que ha tenido un par de huevos.
¿ No me digas que no?. Siglos y siglos, y hasta ahora nadie se había atrevido. Ese tío se merece un monumento.
- Monumento el que va a tener que construir su madre en su casa para verlo el resto de sus días; y eso suponiendo que le queden bastantes días de vida.
- Pues no sé. La verdad es que estaba pensando en esto mientras venía hacía aquí, y me estaba enrabietando un poco, joder. ¡Que manía con prohibir lo que es de uno!.Habría que hacer algo. Si tuviésemos pelotas habría que hacer algo.
- ¿ Algo?. Pues yo paso Matías. Esto es grave, y peligroso. Yo paso.
Matías no quiso soltar ningún discurso crítico acerca de la cobardía , y siguió callado hasta que se tomó el café. Durante las clases no pudo quitarse de la cabeza lo que había ocurrido con Abel, y no paraba de pensar en que era una excelente oportunidad para reivindicar que esa estúpida ley fuese derogada; y que de una vez por todas se delimitase claramente que actos y decisiones dependían exclusivamente de la esfera individual, para que dejasen de ser perseguidas enarbolando la bandera de lo natural y lo que es objetivamente justo. Por eso fue trazando un pequeño plan para provocar una gran revuelta estudiantil en apoyo de los detenidos. Primero imprimió unas cuartillas con la frase “ Sal a la calle con un sofá negro”. Y luego sacó fotocopias, que fue dejando a escondidas en sitios claves de la Universidad. En un par de días el debate estaba servido, además de haber llegado a oídos de la autoridad, la cual mediante continuos comunicados alertaba a los estudiantes de las desagradables consecuencias represivas que podía tener cualquier acto que perturbase el orden público. Pero la idea de Matías fue ganando adeptos poco a poco, sin que hubiese al principio ningún acto que refrendara ese sentimiento que iba creciendo poco a poco, hasta que una mañana de domingo en una plaza donde solían reunirse a beber los estudiantes apareció un sofá cubierto con una sábana negra, y un cd encima; que posteriormente fue visionado por la policía, y en donde parecían jóvenes con la cabeza encapuchada brindado a la cámara con alcohol.


6


En una habitación de la cárcel habilitada a tal efecto Abel esperaba a su abogado, que se presentó a los pocos minutos, le dio la mano, y tomó asiento a un lado de la mesa.
- ¿ Que tal estás?, le preguntó.
- ¡No sé!. Un poco aturdido. Aquí , los funcionarios no paran de insultarme a cada paso que doy.
- Pero, ¿ han llegado a agredirte o algo parecido?.
- No, eso no; ayer no me dieron de cenar; aunque la verdad es que no tenía mucha hambre. Después de decir esto, permaneció un rato en un silencio que no fue roto por el abogado. Supongo que estará la cosa difícil, ¿no?.
- Esta muy complicado Abel. Alguna vez habrás escuchado que existen delitos del tipo A, los cuales son los más graves, y este es uno de ellos.
- Sí, sí; sé lo que todo el mundo de Derecho; y sé también que este tipo de delitos solo tienen dos penas; la cadena perpetua, y la muerte.
- Es así, Abel. Es duro decirlo, pero tienes que saber la verdad. Tenemos que luchar por la perpetua. Es la primera vez que se produce este delito, y no tenemos antecedentes para alegar, en caso de que estos fueran beneficiosos para el reo; pero hay que ver el lado positivo; y si esos antecedentes fuesen condenatorios a muerte, sería casi imposible evitarla, porque nuestros tribunales suelen mantener una misma línea a lo largo del tiempo.
- ¿ Y que podemos hacer?, preguntó Abel, que apenas miraba al abogado, abatido.
- Quizás colaborando un poco. ¿ El sofá lo hicistes tú , o te ayudaron a ello?.
Al escuchar esto, pensó lógicamente en el tapicero; y se dio cuenta de que no había preguntado por Noelia. Esto le pareció una tremenda falta de caballerosidad, y acabó pensando que no la amaba , porque de manera contraria, la vida de ella hubiese estado por encima de la suya en cuanto a su consideración.
- ¿ Y Noelia?.
- ¿Noelia?, ¿la chica que detuvieron contigo?. Pues yo no sé nada de ella. ¿ Que relación teníais?.
- Eramos amantes, aunque acababa de dejar a su marido; e íbamos a vivir juntos.
- En ese caso, veré que puedo averiguar de ella.
- Pobre Noelia. Yo la he metido en esto. Jamás pensé que me pillarían con ella. Contaba con que todo se descubriera, pero que solo me cogiesen a mí.¡ Joder!, y ahora resulta que puedo acabar con su vida.
El abogado guardaba siempre una pequeña pausa cada vez que Abel acababa de hablar.
- Te mantendré todo lo informado que pueda.¿ Quieres contestarme a lo que te pregunté antes sobre si tuviste ayuda?. Por tus palabras parece que Noelia no contibuyó , ¿pero hubo alguien más?.
- ¿ Eso me puede ayudar?. ¿ Lo que diga ahora supongo que no ha de coincidir con lo que declare después?.
- ¡En absoluto!. Yo sólo soy como un apoyo que tiene tu reflexión antes de que tu voluntad decida que hacer. Lo que me digas será como si lo pensases, y solo tu lo conocieras, para que después cuando tu libertad quiera hablen tus labios.
- Pues no lo hice sólo. Fue un tapicero el que lo hizo, aunque yo se lo propuse. No es que ya lo tuviese.
- ¿ Y nadie más?.
- ¡Nadie más!.
- Sí declaras eso, quizás pueda llegar a un acuerdo con el fiscal, y que la condena sea cadena perpetua. Menos, es imposible. Es muy duro decirte esto , pero siempre existe la posibilidad en el futuro de que se revise tu condena , y puedas salir en libertad. Las cosas cambian, y puede que esto también.
El abogado siguió dando consejos a Abel, sobre cual debería de ser su actuación durante algún tiempo más. Este no decidió todavía delatar al tapicero , porque quería pensarlo antes. El abogado se fue , y Abel volvió a su celda.
En la calle el caso era el gran tema de conversación entre la gente. Las posturas eran las comunes en aquellos temas donde la libertad individual chocaba frontalmente con la legalidad. Un sector más conservador predicaba que el acto cometido por Abel era merecedor de castigo; argumentando que aquello que moralmente ha existido siempre no puede ser cambiado. Otro, menos radical, pensaba que todo puede ser cambiado, pero nunca mediante conductas que estén fuera de la ley; y por tanto antes de realizar lo que es delito hay que cambiar la ley para que el delito deje de serlo. Y por último, un sector, representado principalmente por los jóvenes; que defendían que si en un primer intento de cambiar la ley, no se lograba dicho propósito; se podía acudir a los actos, ya que la ley, no era más que un acto del más poderoso; vestido hipócritamente de Justicia. Y con este estado de las cosas, se iban produciendo conversaciones entre vecinos, compañeros de trabajo, familiares, e incluso clientes de un mismo establecimiento; cada vez más airadas. Las comunidades más beligerantes fueron aquellas que poseían alguna cualidad única, y que les impedía , por esa exclusiva razón gozar de los mismos derechos u oportunidades que el resto de la gente. Y así los homosexuales por ejemplo , montaron una orgía en una discoteca cuyos asientos habían sido todos tapizados de negro, que acabo con una redada de campeonato; y con la detención de muchos de los participantes; entre ellos el dueño de la discoteca, que fue clausurada. También formaron una buena los que padecían Síndrome de Down, que convencidos de que eran laboralmente útiles; reivindicaban que prohibir el negro de un sofá, era idéntico a la discriminación que ellos sufrían por su inocultable defecto; y por ello en un taller ocupacional en el que fabricaban muebles, comenzaron a pintar todo del maldito color. Muchas mujeres encontraron también su identificación en el asunto.
Por lo que respecta a Matías Márquez, siguió beligerante a la hora de que el colectivo universitario no olvidase a Abel, hasta tal punto de que logró que se llegase a una huelga por parte de los estudiantes, cuya condición para su finalización sería que dejasen en libertad a Abel.




7


En su celda, a solas, pensaba en las palabras que había intercambiado con el abogado. Delatar al tapicero era la opción más rentable. Ineludiblemente tuvo que justificar esa posibilidad, diciéndose a sí mismo que no conocía de nada a ese hombre, y no tenía porque protegerle; y además solo buscaba dinero que es una de las motivaciones por las que menos amparo merece una persona, y por lo tanto debía de tener la conciencia tranquila al comunicar a la Autoridad su nombre. Como suele suceder cada vez que hacemos algo que sabemos perjudicial para otra persona, no se le escapó contemplar la idea de que el tapicero hubiese hecho lo mismo en caso contrario, y por último no podía apartar de sus pensamientos el aspecto de aquel hombre, ya entrado en años, calvo, y con bastantes kilos de más. Estas últimas razones, a pesar de su evidente injusticia ,pululaban con ligereza obsesiva en las reflexiones de Abel. ¡Eso haría!, delataría al tapicero, y exculparía a Noelia. Confiaba, quizás por el hecho de que la verdad es más fácil de defender, que Noelia sufriera una condena bastante menor; aunque librarla de todo castigo era imposible, porque había sido descubierta desnuda dentro de su piso, y esa circunstancia acarrearía de una forma u otra un grado de responsabilidad.
En su siguiente entrevista con el abogado le comunicó sus intenciones. Diría el nombre del tapicero, pero para ello, además de conmutar la pena de muerte por la cadena perpetua, la acusación de Noelia debía ser aquella que acarrease una pena lo más leve posible .En caso contrario no hablaría. Su abogado se reunió con el Fiscal, el cual les ofreció un pequeño cargo de obstrucción a la justicia, cuya pena sería como máximo de cinco años. Abel aceptó.
Noelia fue juzgada primero. Su juicio se desarrollo conforme al pacto establecido, y una vez visto para sentencia, a Abel le quedo el pequeño alivio de que ella no sufriría un castigo gravísimo, a pesar de que no paraba de pensar en que nada le hubiera sucedido si él no la hubiese llevado a donde la llevó. Cuando le tocó su turno, fue llevado hasta los Juzgados . Una vez dentro de la sala se sentó en el banquillo de los acusados, frente al Juez, y dejando a ambos lados la tarima desde donde actuarían el Fiscal y su abogado. Primero se le leyó la acusación, y se le preguntó como se declaraba, a lo que contestó que culpable. Posteriormente, interrogaron a un par de policías que relataron los hechos acaecidos en el piso de Abel, y después tuvo lugar el interrogatorio por parte del Fiscal. Abel reconoció los hechos, y relató que hacía un tiempo que poseía ese sofá. Entonces el Fiscal le preguntó si alguien era coautor del delito. Abel calló, y comenzó a pensar en el tapicero. Las anteriores razones que habían limpiado su conciencia volvieron a su pensamiento. Entre ellas la falta de atractivo físico martilleaba insistentemente. Volvió otra vez sobre su calva, y sobre sus kilos de más; y sintió la necesidad de proteger a ese hombre; no por amor, sino por un sentido de la Justicia reflexivo, poco apasionado. Si hubiese tenido que salvar en ese instante a Noelia, hubiera sufrido los síntomas de la pasión, como el palpitar del pecho, o la inquietud del cuerpo. Nada de esto le sucedía. Solo una extrema frialdad, que calmaba su boca, y templaba su rostro sentía en ese instante. Es fácil tener compasión de los niños y las mujeres; o dar hasta la vida por un hijo o por una madre, pero sacrificarse por una persona anónima es prácticamente imposible. Ese hombre estaba tan indefenso como un recién nacido, y merecía la misma dedicación. Y esto fue lo que le dijo al Fiscal.
- Supongo que usted me pregunta si ese sofá se volvió negro por obra de mis manos , o hubo otras que también lo transformaron en uno negro; porque los sofás negros no nacen de los árboles, ni pertenecen a la Naturaleza, sino que son producto de la libertad que tan mal usa el hombre cuando elige opciones abominables y perseguibles por aquellos que están convencidos de que hacen el bien, y levantan orgullosos su cabeza al cielo, como si la luz del sol fuera digna de ellos. Pues ,le diré la verdad. No, yo no hice ese sofá, entre otras cosas porque de tapicería no entiendo un carajo. Lo que sucedió fue lo siguiente. Me hallaba un día sentado en el sofá del salón de mi casa, pensando en cuanto había deseado tener uno negro. Entonces cerré los ojos, y comencé a pensar en mis mejores recuerdos; y me acordé de aquellos días felices en que mi padre me llevaba a la playa, y yo chapoteaba en la orilla jugando con la arena. También en cuanto me gustaba pasear con mis amigos por las calles del centro. En los partidos de fútbol y baloncesto que disputaba en los campeonatos escolares. En los besos que di a una prima mía. En mi primer amor. En una bicicleta que me regalaron . En un osito de peluche al que quería como a mí mismo. En mis hermanos, mis tíos, mis padres, y mis abuelos. Y en un montón de cosas más . Y cuando abrí los ojos el sofá estaba más negro que un tizón.
El Fiscal viendo que no iba a contar nada no hizo más preguntas, y más tarde cuando solicitó la pena pidió la muerte. Dos meses tardó la sentencia que fue condenatoria. En la calle los estudiantes, comandados por Matías Márquez seguían con su huelga, y se volvieron tan radicales , que el día en que estaba prevista la ejecución su ira llegó a tal extremo que se encaminaron hacía la cárcel para sacar a Abel de allí, y aunque no pudieron frenar su ímpetu; de nada sirvió porque cuando lograron entrar Abel ya había muerto.

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